Las dificultades
que afronta el magisterio no son exclusivas de nuestro estado o de nuestro
país, ya que se trata de problemas que se manifiestan a nivel internacional (1)
y cuyas causas principales revisaremos someramente:
1) El
trabajo del maestro está mal remunerado y carece de reconocimiento social. La
docencia es considerada como una subprofesión y por lo tanto se le asignan
salarios bajos que no corresponden a la dignidad, complejidad e importancia
social de la profesión.
2)
Existen demasiadas demandas y expectativas sobre la labor de los maestros. El
Estado, los padres de familia y la sociedad en general, los responsabiliza
prácticamente de la totalidad del éxito o del fracaso escolar de los alumnos.
La sociedad no se reconoce educadora.
3) El
modelo burocrático, todavía vigente en el sistema educativo, auspicia el
centralismo y verticalismo en las decisiones. Al maestro por lo general no se
le toma en cuenta para decidir sobre las políticas educativas escolares y no se
respeta cabalmente su derecho a participar en los asuntos académicos,
pedagógicos e institucionales que le afectan directamente.
4) Se
carece de un sistema integrado de formación y actualización de docentes que
ofrezca alternativas de actualización y desarrollo profesional verdaderamente
significativo y pertinente. En la formación y actualización de maestros
predomina el interés técnico, en detrimento de una formación integral que
trabaje también sobre actitudes y valores.
5) Los
Programas de estudio de Educación Básica, a pesar de las valiosas reformas que
han tenido, siguen siendo ambiciosos suelen tener demasiados objetivos y
recargos inútiles de información que generan un abismo entre lo que postulan y
lo que realmente se logra.
6) En la
práctica docente se sobrevaloran los métodos y las rutinas. En los hechos los
procedimientos sustituyen a los maestros olvidando que la persona del maestro y
su filosofía representan el auténtico fundamento de los métodos, la pedagogía
es siempre una filosofía en acto.
7) Los resultados de la docencia no se pueden verificar fácilmente ni pueden darse a corto plazo. El trabajo del maestro, a diferencia de otros profesionales, por lo general no rinde frutos de inmediato, los aprendizajes y los cambios más genuinos son personales, se gestan poco a poco y a distintos ritmos, son cambios sutiles y silenciosos, que se manifiesta a mediano y largo plazo.
8) Los
ambientes de trabajo son poco estimulantes o desfavorables. En muchas escuelas
no existe un clima de confianza y libertad que permita el diálogo y la crítica
para ir mejorando colectivamente; las relaciones se vuelven impersonales,
sobre-politizadas y de competencia.
Todas
estas situaciones causan desánimo inercias e improvisaciones y propician que el
maestro pierda u olvide su vocación, el significado más profundo de su labor
que le permitiría encontrar el valor y la trascendencia que pueden tener todas
sus actividades, aún las más sencillas y cotidianas. Los maestros reaccionan de
diversas formas ante estos problemas y contradicciones.
Una parte
considerable de los profesores se conforman y aceptan las situaciones como algo
ante lo que no se puede hacer nada y deciden realizar su trabajo “sin pena ni
gloria”. Por comodidad o por temor, aceptan el sistema burocrático y aprenden a
jugar con sus reglas. Desconfían de los cambios y propuestas que no procedan de
las fuentes institucionales que les son familiares y que les han permitido
cierta seguridad y movilidad social. Por ingenuidad, pereza espiritual o por
tener demasiado arraigados los esquemas de autoridad de la burocracia, se
mantienen a la expectativa realizando una labor formal y jugando el papel de
las mayorías silenciosas.
Como
contraposición a lo anterior, otros grupos de profesores reaccionan al malestar
docente con actitudes contestatarias, rebeldía y reclamos de todo tipo. Es muy
común escuchar en reuniones de maestros un discurso, supuestamente crítico, en
donde se usa frecuentemente la ideología de la descalificación y se acusa al
neoliberalismo, al Estado y a las autoridades de todas las limitaciones que
enfrenta el magisterio, se considera, sin asomo de autocrítica, que los
problemas siempre tienen un origen externo y que son fruto de la perversidad y
de la manipulación de las autoridades.
Este
discurso se vuelve reiterativo y se agota en sí mismo porque la mayoría de las
veces no se plantea seriamente la responsabilidad compartida que debe haber
ante los problemas y por lo tanto no se aprecia el radio de acción (grande o
pequeño), donde podríamos actuar y superar los condicionamientos y las
circunstancias que generan el malestar docente.
Por otra parte, tratando de superar el maniqueísmo tan común en la política de nuestro país, existen también muchos maestros que sin ser incondicionales de las políticas y métodos oficiales o disidentes, buscan puntos de coincidencia con éstas y mantienen una posición crítica que les permite establecer las distancias y los acercamientos pertinentes, el disentir y colaborar cuando la situación lo amerite o lo requiera.
Estos
profesores, como señalaba A. Camus, buscan comprender y matizar; nunca
dogmatizar y confundir, son conscientes de que las condiciones son difíciles y
adversas; sin embargo tratan de convertir los problemas en retos y al pesimismo
de la razón oponen el optimismo de la voluntad. La voluntad de recordar y
encontrar, en una búsqueda y un compromiso constante, el sentido último de su
labor: el propiciar y acompañar en todo momento y en cualquier circunstancia,
el descubrimiento y desarrollo integral de la persona y por ende de la
comunidad.
II. Los
fines últimos
El error
principal en la formación y la práctica de los maestros, es pensar que la
educación es un problema técnico. Que sería suficiente si el profesor cuenta
con una información básica sobre los temas que enseñará, algún método para
organizar sus clases y un conjunto de procedimientos para accionar.
Se
considera que el fin primordial de la educación radica en la transmisión del
conocimiento, en el sentido de poseer y manejar mucha información, y se olvidan
los fines últimos de la educación que solamente pueden surgir de la apertura a
la experiencia y de la reflexión filosófica, esto es de la búsqueda y
rebúsqueda de la verdad, del pensamiento crítico y autocrítico que construye
una visión unificada y coherente del mundo y de la vida, una panorámica sobre
la realidad personal y social del ser humano y del mundo. “La filosofía es algo
peculiar de cada uno de nosotros, no es cuestión de técnica sino sencillamente
una especie de sentido mudo, que aprecia profunda y hondamente lo que la vida
significa. Sólo en parte procede de los libros; es en suma el modo específico
de ver y de sentir la vida y la marcha del cosmos”.(2) Los profesores requieren
de un suplemento de formación filosófica y una confianza en su propia
experiencia que le dé raíces y nuevos horizontes al trabajo pedagógico.
El
maestro auténtico sabe que el fin último de su trabajo consiste en ayudar al
alumno a construir una cosmovisión y dentro de ésta descubrir su vocación o las
semillas de la misma; actúa para que el estudiante pueda conocerse y
descubrirse a sí mismo y ponerse en búsqueda de la verdad, de aquello en lo que
pueda creer con la mayor honestidad y sinceridad posibles, las razones por las
cuales vale la pena vivir.
El
maestro no es el que enseña tal o cual disciplina, sino el que enseña la
PROFESIÓN GENERAL DE HOMBRE, para la cual todos los contenidos no son más que
medios y complementos; bien decía Juan Amós Comenio que las escuelas antes que
nada deben ser TALLERES DE HUMANIDAD, en donde se pueda ayudar y acompañar a
los niños, a los jóvenes o a los adultos a descubrir su persona, su ser
espiritual, ese núcleo que hay en todos nosotros que unifica nuestra libertad y
nuestra responsabilidad como seres humanos.(3)
Cuando hablamos de la búsqueda espiritual como un propósito importante de la educación, no estamos entendiendo el término en su sentido formal y tradicional de contraposición a lo material, o de un refinamiento cultural, o de algunas prácticas vinculadas a una determinada religión.
Lo
espiritual sería el conjunto de ideas y situaciones (lecturas, meditaciones,
diálogos, actitudes y acciones en general), que estimulan y ayudan al hombre
para lograr su comprensión y transformación más profunda, que lo llevan al
descubrimiento de su persona, del “yo” más íntimo y de su necesidad fundamental
de comunicación y de armonía consigo mismo, con el prójimo y con la naturaleza.
El
desarrollo o crecimiento espiritual -nos dice el escritor Hugo Hiriart- está
encaminado a hacer más fina, más penetrante y generosa la conciencia del
hombre. Es cierto que la palabra espiritual en estos tiempos hace sonreír a la
gente con superioridad y desprecio, pero no por eso deja de estar menos
presente en la vida de todos con una importancia decisiva.
Para
lograr que su labor tenga una fibra espiritual, el maestro tiene que empezar
por él mismo, iniciar o continuar su propio camino de autoconocimiento,
preguntándose constantemente qué es lo que puede y debe hacer: ¿cómo hay que
vivir?, ¿qué reclama la vida de él?, ¿cuál es su más auténtica vocación?(4)
Si
entendemos la vocación como el encuentro y la conjugación de una libertad y un
llamado (la palabra vocación procede del latín vocatio-onis, de vox: voz),
descubriremos algo importante sobre la misión del maestro y el sentido de la educación,
pues la búsqueda del docente no estriba solamente en algo individual, en lo que
quiero o espero yo, sino también en lo que la vida reclama de mí.
La
docencia y la educación requieren del arte de escuchar llamados, otras voces,
ya sea de nuestro interior (la conciencia) o del exterior (la ciencia, la
política, el arte, la religión y otras muchas posibilidades). Desde este punto
de vista el maestro ya no se preguntará principalmente, qué pueden hacer las
instituciones por él, sino qué puede hacer él por la gente y las instituciones
del país.
Esto
supone un profundo cambio en la visión del mundo y de la vida, en la
cosmovisión del maestro, pues el eje de su vida y de sus acciones ya no estaría
en su individualidad o en los intereses corporativos, sino sería lo otro y los
otros: los niños, la pedagogía, sus colegas y la comunidad.
Lo más importante en la educación no es la transmisión de conocimientos parciales (informaciones, técnicas y resultados), sino el sembrar inquietudes e intereses intelectuales y espirituales de diversa índole. Si se despierta la sed, los estudiantes mismos buscarán donde saciarla.
Lo
fundamental en la docencia es impulsar el deseo de preguntar y de comprender,
de buscar la verdad entendida ésta como una dirección que vale para el conjunto
del ser, y no una dirección reductible a tal o cual momento particular. La
tarea educativa se constituye, ciertamente, con la transmisión de conocimientos
parciales, pero sólo adquiere pleno sentido cuando considera la existencia de
una realidad humana universal, una verdad humana, la verdad del hombre para el
hombre.
Desde
esta perspectiva, el maestro sería un profesional que no puede conformarse,
pues su destino es la búsqueda constante de la verdad, el buscar el
conocimiento en la vida y la vida en el conocimiento. El docente auténtico sabe
que no puede descansar en la comodidad de un dogma o en las seguridades de las
técnicas establecidas, pues cada día su trabajo le presenta nuevos retos,
problemas y situaciones. La educación es cambiante como la vida misma y la
docencia no es una verdad patente; es algo que debemos conquistar día con día y
paso a paso, un camino que se hace al andar como nos recuerda el poeta Antonio
Machado.III. La herramienta de la intuición
La docencia genuina supone tomar decisiones de una manera libre y responsable. El hombre se hace tomando decisiones constantemente, somos la suma y la historia de nuestras decisiones, las cuales serán mejores en la medida en que las tomemos escuchando y mirando al interior de uno mismo, pues ahí están las mejores pistas y los criterios, ahí alienta el espíritu que hay en cada uno de nosotros, lo que comúnmente se llama la voz de la conciencia, voz que es difícil escuchar porque requiere soledad y silencio y porque en la vida moderna predomina el parloteo, la prisa y el ruido.
Sin embargo hay formas para atender esa “voz”, partiendo de lo mejor de nuestra experiencia, siguiendo las coincidencias, las “corazonadas”: nuestras intuiciones.
La intuición son esas ideas y sentimientos que operan en relación con nuestras predisposiciones reales, con nuestra vocación, con nuestra creatividad (con nuestro más hondo y verdadero sentimiento), una asociación automática con nuestras auténticas necesidades y aspiraciones.
La intuición es la experiencia de captar lo espiritual de manera inmediata, es un comportamiento mental inconsciente, que pone en juego las adquisiciones acumuladas por la experiencia y cuyo resultado aparece súbitamente en el campo de la conciencia, como una visión que apenas se distingue del objeto visto. Una forma de conocimiento que alcanza a su objetivo de inmediato, sin los intermediarios del discurso y el razonamiento, al margen de las deducciones.(5)
Las intuiciones no son formas meramente emocionales, vagas y subjetivas como se suele creer comúnmente; sino que representan un equilibrio entre el instinto (lo más vital) y la inteligencia, esto es, la posibilidad de darle mayor vitalidad a la inteligencia y llevar el instinto a su expresión más clara. Se trata pues de una inteligencia intuitiva, la cual es mucho más práctica y fecunda de lo que pensamos, como nos recuerda el filósofo norteamericano R.W Emerson: “Los hombres muelen y muelen en el molino de un axioma y lo único que sale es lo que allí se puso.
Pero en el momento mismo que abandonan la tradición por un pensamiento espontáneo, entonces la poesía, el ingenio, la esperanza, la virtud, la anécdota ilustrativa, todo se precipita en su ayuda”(6); El seguir nuestras intuiciones nos permitirá comprender y vivir lo que Blas Pascal llamaba “las razones del corazón que la razón desconoce” y desarrollar un pensamiento y un saber más cálido y poético que trascienda la frialdad de la lógica, algo que podríamos llamar una inteligencia bondadosa.
El señalar estos aspectos, no significa de ninguna manera dejar de lado o descartar el razonamiento riguroso y sus bondades, lo que pretendemos al plantear estas reflexiones, es destacar la legitimidad de otras formas de conocer, de otros tipos de inteligencia y darles carta de ciudadanía a saberes que actualmente se ven desplazados y olvidados, debido al cientificismo (7) que impera, de manera explícita o implícita, en las instituciones educativas.
IV. La actitud dialógica
La docencia es una relación personal mediada por el conocimiento, que tiene como premisa fundamental el diálogo, el encuentro donde se confrontan dos seres, por lo general de una madurez desigual, revelándose mutuamente su potencial y sus capacidades humanas. Si el maestro no es capaz de reconocer en el alumno a un prójimo, a un ser esencialmente igual a él; un espejo en donde vea su infancia o su juventud; una imagen que refleja sus mismas luchas, sus anhelos más profundos y la vulnerabilidad que nos es común a todos los hombres, no podrá facilitar su aprendizaje, pues las teorías y la información, sin el compromiso y el calor humano, se volverán frías y lejanas y muy probablemente se perderán.
El
diálogo sólo tiene sentido, si reconocemos la pluralidad como principio de la
realidad, la pluralidad es la ley de la tierra. Nuestro planeta no es habitado
por el hombre sino por los hombres. Es necesario reconocer plenamente la
existencia de los otros no sólo como presencias más o menos favorables ante
nosotros; sino como parte esencial y razón de ser de nosotros mismos: Yo soy en
la medida en que ayudo y permito que los otros sean.
El mayor reto que enfrenta nuestra educación, es que los maestros y las diversas instancias educativas fomentemos en los niños y en los jóvenes, un sentido de alteridad, esto es la capacidad de percibir a los otros y de pensar en ellos, el poder captar, empáticamente, lo que significa su experiencia.
Esta actitud no sólo facilita el aprendizaje de los alumnos, pues influye también en el crecimiento intelectual y espiritual del propio maestro como nos señala C. Rogers: “Pienso que una de mis mejores maneras de aprender –pero, también, una de las más difíciles- consiste en abandonar mis propias actitudes de defensa... y tratar de comprender lo que la experiencia de otra persona significa para ella”(8); . Esta comprensión empática se sustenta y se desarrolla en el diálogo, el encuentro libre y abierto, en el que dos o más personas se apoyan recíproca y respetuosamente para ser ellos mismos, para pensar y sentir con mayor claridad y así contribuir, en la medida de sus posibilidades, a comprender y mejorar el mundo.
Existen muchos maestros en Yucatán que de manera anónima y empírica (muchas veces sustentados solamente en su conciencia moral) dialogan constantemente con los niños y los jóvenes ofreciéndoles los bienes más formativos y trabajan directamente con el ser espiritual de sus alumnos, buscando siempre tocar y captar la entraña de la persona.
Cuando están con un niño, un colega o un padre de familia, piensan y sienten empáticamente; se preguntan quién es realmente la persona que está frente a ellos; leen su lenguaje no verbal, escuchan atentamente lo que dice y “lo que no dice”; perciben lo que “la vida reclama” en ese momento a través de su interlocutor y están dispuestos a ser útiles.
La herramienta pedagógica más valiosa con que cuentan los maestros es la imaginación solidaria; cuando uno mira con atención a un hombre o a una mujer -escribe Graham Green- siempre llega a sentir piedad…esa es una de las cualidades que la imagen de Dios trae consigo. Cuando miráis las arrugas, la forma de la boca, el modo de crecer el pelo, es imposible odiar. El odio no es más que un fracaso de la imaginación.”
En esto radica la más alta forma de simpatía y comprensión entre los seres humanos, pues permite vislumbrar y sentir con claridad y hondura el problema, el sufrimiento y la lucha, tantas veces heroica, de los otros: SER significa ser percibido. Cuando se logra esta comunicación profunda de persona a persona, los procedimientos y las soluciones pedagógicas se dan por añadidura, emergen de manera intuitiva y todo se va acomodando y comprendiendo naturalmente.
El maestro auténtico confía plenamente en su experiencia y en su intuición, en la sensibilidad del momento y, sobre todo, en el valor absoluto de la persona. Por ello más allá del grado escolar en que laboran o de la disciplina que imparten, estos maestros le dicen de manera abierta o silenciosa a todos y cada uno de sus alumnos: acuérdate de ser hombre; preocúpate por ser tú mismo; aprende a mirar desde los otros y, sobre todo, cuida de la verdad; la verdad que no pertenece a nadie, sino que es una búsqueda dialógica abierta a todo el mundo: la vocación de la humanidad por la humanidad.
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